México: La política del oprimido y la experiencia zapatista
México: La política del oprimido y la experiencia zapatista
por Arturo Anguiano
Revista “Rebeldia”
Rebeldía. Año 8, número 68, 2009.
redaccion@revistare beldia.org
A Daniel Bensaïd, marxista, internacionalista, teórico y militante
de la resistencia y la emancipación de los oprimidos.
La crisis del Estado mexicano y su régimen político autoritario no ha encontrado una solución de recambio.
La democracia oligarquizada con sus reglasde exclusión y autoreproducció n que ha puesto enpráctica, asegura la dominación de clase, pero no logra suscitar el consenso social. Mantiene la crisis de representació n y legitimidad de las instituciones estatales y del régimen político que tras su largo ocaso no ha podido sino trasfigurar la República imaginaria que nos impusieron durante décadas en una República inacabada y oligarquizada, todavía ajena
a la democracia.
Las elecciones de 2000 y 2006 mostraron no sólo el fracaso de la alternancia política como medio de relegitimació n y recomposición estatales, representaron también la quiebra de las ilusiones democráticas, lo que no necesariamente genera apatía y, en cambio, puede conducir a la revuelta. La crisis de las instituciones se agudizó con la degradación incontenible de
la política estatal y la perversión de los actores políticos oficiales, esto es: los partidos, la clase política ampliada que simboliza al régimen oligárquico aparentemente en reconstitución.
Las contradicciones y conflictos sociales que brotan y se tejen desde la sociedad, desde abajo, se desarrollan, sin embargo, desde fuera de la pesadilla de la política estatal. Se realizan en otra frecuencia, aunque sean afectados por esa política (explotación, despojo, opresión, criminalizació n, violencia) y generalmente choquen con sus actores institucionales.
Pero sus lógicas son distintas, por lo que se conducen por caminos diversos que, cuando se encuentran, estallan.
Ha sido larga la búsqueda de opciones de participación política de la sociedad que permitan recuperar y rehabilitar el espacio público, confiscado por el Estado y los partidos, para poner en práctica otra política desde abajo, desde pueblos y comunidades, desde los barrios y centros de trabajo. Esto es, una política producto de —y acorde a— las necesidades y
acciones de la sociedad y sus ciudadanos concebidos como diferentes (con múltiples identidades) y con plenos derechos. Ha sido el caso de México al menos desde 1968 y, muy especialmente, desde la rebelión indígena del 1 de enero de 1994 y la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en la política nacional e internacional.
La Sexta Declaración de la Selva Lacandona de junio de 2005 y La Otra Campaña zapatistas impulsaron la construcción, en los hechos, de otra política distinta a la estatal: una política alternativa, desde abajo y a la izquierda, que posibilite la recuperación y transformació n del espacio público. Aunque arrancó durante la larga campaña electoral por la renovación de la presidencia en México, La Otra Campaña no se hizo contra ella, sino que la trascendió con otra lógica, bajo los principios de otra política distinta a la estatal, esto es: autónomos y autogestivos, y desde una perspectiva de largo plazo en busca de la construcción de una alternativa político-social anticapitalista, emancipatoria.
Desde los años setenta, se realizaron en México muchos intentos de conquistar las libertades políticas y derechos sociales fundamentales confiscados por el régimen priísta autoritario. Sindicatos, organizaciones sociales, colectivos de todo tipo, medios independientes
—al inicio restringidos a la prensa escrita— fueron invadiendo el excluyente espacio de la política, mediante movilizaciones y luchas que construyeron autonomías y resistencias muchas veces duraderas.
Las transfiguraciones del Estado y la política estatal, el reconocimiento y conquista de derechos democráticos fueron en gran medida resultados paradójicos de aquellas movilizaciones político-sociales.
Algunos actores colectivos e individuales acabaron por integrarse en la inacabada recomposición desde arriba del régimen político excluyente, asimilándose como personajes de la clase política entonces ampliada y nutriendo instituciones estatales reformadas a medias.
El Partido de la Revolución Democrática (PRD) es su máxima condensación.
Sin embargo, la lucha por la autonomía y por plenos derechos, contra la exclusión y el régimen opresivo y contra la explotación desmedida que ha garantizado durante decenios, no ha dejado de reproducirse mediante múltiples acciones reivindicativas que concluyeron politizándose. A veces, también con irrupciones ciudadanas como la de 1988 en torno a
la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas o las de los primeros años del tercer milenio por los ataques a Andrés Manuel López Obrador (desafuero y fraude electoral), cuando cientos de miles de ciudadanos en ciernes se movilizaron contra el abuso de
poder y la exclusión.
Lo mismo, desde otra perspectiva, con movilizaciones sociales generadas por la irrupción del EZLN desde 1994 o estallidos como el que dio origen a la Alianza Popular de los Pueblos de Oaxaca (APPO), en Oaxaca, apenas en 2006. La larga lucha por libertades y derechos políticos y sociales en México ha sido siempre, en el fondo, un combate por la autonomía de los oprimidos frente al poder y sus representantes y hacedores, un combate por la democracia verdadera.
Una de las aportaciones fundamentales del EZLN a la reorganizació n y relanzamiento de la lucha social y política, además de la persistencia y continuidad de sus iniciativas, ha sido la brega por una política distinta a la estatal en crisis, por otra política de los de abajo, de los oprimidos.
Desde mi punto de vista, la otra política que se procura desde abajo busca romper las jerarquías y supeditaciones de la política estatal, las que a final de cuentas generan conformidad y resignación, esto es: parálisis, desmovilizació n. Es, de entrada, una política de autoafirmació n de los oprimidos que rechaza suplantaciones, formas de representació n fingidas que disfrazan en la práctica la exclusión y la mercantilización de relaciones sociales (y políticas) en extremo desiguales. La política del oprimido es, en cambio, una política que busca recuperar el sentido original de lo político, entendido como el hacer y el decidir en colectivo, por parte de la comunidad, sobre las cuestiones de la vida colectiva
1. La política implica así a pueblos y comunidades muy distintos, en territorios múltiples y diferenciados, pero primero que nada requiere la intervención, la participación. La política del oprimido involucra a la sociedad, a la comunidad, no concibe al individuo perdido en la abstracción anuladora del mercado, sino desembocando en el torrente de lo colectivo, que no puede ser sino concreto, específico, múltiple (social, profesional, étnico, ecológico, etcétera), pero susceptible de encontrar intereses y propósitos unificadores, generales, universales, o sea, de carácter político.
En realidad, en el contexto del orden conservador, social y políticamente degradado, acaparado por una oligarquía estatal (la clase política) entreverada y dependiente de la oligarquía financiera, solamente los oprimidos, los de abajo, los discriminados y proscritos —todos los excluidos— son quienes pueden (y necesitan vitalmente) transformar lo político en un
sentido igualitario, sostenido en la resistencia y la acción conjunta autónoma.
Es decir, hace falta desestatizar la política, separar lo político del Estado y, aunque puede resultar paradójico, hay que desprivatizarlo, desprofesionalizarl o, en fin, en México nos urge igualmente descorporativizarlo; desmantelarlo y reconstruir el poder desde la sociedad. Rehacer el tejido social destruido por el neoliberalismo es condición de la política del
oprimido. Expropiada, acaparada por la clase política, por las elites estatales y los poderosos de quienes se nutren y para quienes existen, la política necesita ser regresada a la sociedad, volverla espacio y vida de todos los ciudadanos, de las colectividades, de los pueblos, es decir, fortaleciendo a los nuevos y viejos actores de la sociedad (sobre todo pueblos, comunidades, organizaciones sociales y civiles).
La política del oprimido significa la posibilidad de la verdadera democracia, de una democracia radical, autogestiva y emancipatoria, que incluso puede inventar formas de representació n inéditas. No es una democracia excluyente, como la democracia liberal con representaciones postizas, en que se sustenta el capitalismo. Para alcanzarla, sin embargo,
se requiere vivir la política como resistencia en los distintos espacios donde se encuentran y desarrollan los oprimidos. Poner en práctica, a contracorriente, los muy variados derechos individuales y colectivos, menguados y secuestrados por la política institucional prevaleciente.
A mi parecer, no hace falta buscar un nuevo sujeto social transformador, distinto al que consideraba históricamente la izquierda. De hecho, el concepto del proletariado en Marx iba mucho más allá de los obreros industriales. Si hoy hablo del oprimido pienso
en todos los explotados, sometidos, discriminados, ultrajados, excluidos, proscritos, esto es: trabajadores, campesinos, indígenas, mujeres, desempleados, poblaciones colonizadas, minorías nacionales, migrantes, todos los diferentes, los otros que somos los que no somos los de arriba y su clase política. Todos ellos, todos nosotros, necesitan, necesitamos, la política
para sobrevivir, para resistir, pero también para salir de la opresión e impulsar proyectos libertarios alternativos, opciones de emancipación.
La política del oprimido es, necesariamente, una política anticapitalista y no puede sino enfrentar al capitalismo —y al Estado capitalista, cualquiera que sea su forma— más que oponiendo un proceso de resistencia largo, múltiple, en todos los terrenos. Contra lo que se nos ha querido hacer creer, la mundialización, el neoliberalismo, la democracia procedimental (o formal o burguesa o liberal o como se quiera llamar) no son fatalidades, procesos ineluctables del devenir histórico de la humanidad. Son estrategias deliberadas del capital para reproducir su dominio lo que, por supuesto, no significa que no se sostengan en ciertas tendencias objetivas. La mundialización, la economía, la democracia y, en general, los Estados y los procesos políticos podrían, pueden organizarse, impulsarse de otra manera, con otros ritmos, con fines distintos a los de la ganancia y la reproducción de la dominación de clase. Al menos es lo que piensa parte del movimiento social y político que descansa en la reforma del capitalismo. La lógica del oprimido es otra, pero puede coincidir circunstancialmente en algunos puntos y momentos.
Hoy, el EZLN aparece como el único actor político (político-militar todavía) que plantea en México la política en términos no estatales, es decir, en términos de la política de la sociedad, de los de abajo y que la piensa en los olvidados conceptos de estrategia y de clase. Por esto, es el único proyecto de lucha efectiva contra la mundializació n neoliberal y el orden conservador en crisis, no sólo en nuestro país, sino en buena parte del planeta. Por eso su impacto a nivel mundial, su influencia en las resistencias que brotan y se despliegan un poco por todas partes. Su consigna de construir “un mundo donde quepan muchos mundos”
2. 2 se sostiene en su proyecto libertario, donde la resistencia, la crítica, la rebeldía son condiciones para la emancipación, es decir, para lograr la libertad, la igualdad, la justicia y la democracia sustentadas en la autonomía (territorial, social, política) de los actores, en su autoorganización, en sus prácticas sociales y políticas propias, en su autogestión y autogobierno.
Al convocar, a través de la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, a todas las fuerzas políticas y sociales identificadas con la izquierda para impulsar La Otra Campaña en rechazo al orden capitalista neoliberal, desató un proceso que llevó a casi toda la Comandancia a recorrer todo el país, encontrar pueblos, comunidades, colectivos, grupos e individuos (excluidos, proscritos y algunos incluso olvidados,
ignorados) que seguramente fecundaron su experiencia (de todos) y su visión de la nación.
Impulsaron así un proceso de recomposición y reorganización desde abajo que fue recobrando o labrando mayores y nuevos espacios públicos, donde se fue abriendo cauce otra forma de hacer política, una política diversa, incluyente, sostenida en la comunidad, en los pueblos, en lo colectivo. Esto es: la política del oprimido,
mediante la cual los actores se van reconociendo y madurando por medio de sus propias acciones y vivencias colectivas. Con el encuentro y diálogo con los otros también de abajo, en el intercambio de experiencias y aspiraciones, de enojos y resistencias respecto a la opresión, la explotación y el desprecio de los de arriba.
Una política de autoorganización, de exploración y cimentación de caminos, de construcción de relaciones solidarias entre iguales, de resistencia y lucha. Una política de autoemancipació n sostenida en los principios de libertad, democracia, justicia e igualdad.
Asimismo, entre los aportes del EZLN para la formulación y puesta en práctica de otra política acorde a los intereses y perspectivas del oprimido destaca, muy especialmente, la construcción del autogobierno en el vasto territorio ocupado por las comunidades rebeldes a través, primero —desde finales de 1994—, de los Municipios Autónomos Zapatistas (Marez) y, luego, con los Caracoles y las Juntas de Buen Gobierno
3. De la reorganización y autoorganización de las comunidades regidas colectivamente con formas de autogobierno local, esto es, municipales, se pasó a la coordinación e integración de gobiernos regionales.
Todos los territorios zapatistas viven bajo principios y reglas democráticos, colectivos e igualitarios, ensayando formas de autogobierno que permiten la autodeterminació n de pueblos y comunidades. La política se recupera así para la comunidad y se asume como modo de vida, esto es, como la manera en que los oprimidos se involucran y deciden en forma colectiva sobre las cuestiones fundamentales que les
afectan e interesan vitalmente.
La autoorganización de los pueblos en comunidades, en municipios autónomos, permitió nombrar colectivamente a sus autoridades, así como la creación de comisiones de trabajo para atender las diversas necesidades y tareas, haciéndolo sobre la base de la votación universal y la revocabilidad del mandato. Las Juntas de Buen Gobierno integran representantes de cada uno de los municipios autónomos involucrados en la zona que comprende el Caracol al que pertenecen, electos y revocables de la misma manera que garantizan la representació n de pueblos, comunidades y
su vinculación estrecha.
“Aquí manda el pueblo y el gobierno obedece” sintetiza el principio central que trastoca la relación tradicional gobernantes- gobernados (en realidad dominantes-
dominados), suprimiendo jerarquías y supeditaciones y garantizando el gobierno de todos. La revocabilidad se complementa además con la limitación de la duración del mandato que impone la rotación de los funcionarios, quienes tampoco reciben los salarios y prerrogativas característicos de la política estatal
4. Puede resultar curioso —dada la diferencia de épocas y circunstancias—, pero existe una gran coincidencia entre la manera como se articula y funciona el autogobierno zapatista y las características que destacó Marx de la Comuna de París de 1871, el primer gobierno de los oprimidos, quienes se liberaron al menos unas semanas en una ciudad5. Las expresiones siempre originales de la lucha de los oprimidos, reproducen en el fondo tendencias ancestrales que acaban por revelar un carácter universal.
El autogobierno en las comunidades rebeldes de Chiapas se sostiene en la propiedad colectiva de la tierra (recuperada) y demás medios de producción, lo que les ha permitido formas de producción, distribución y apropiación colectiva de los frutos del trabajo.
Esto, empero, no significa que los zapatistas pretendan desarrollar un sistema autárquico, completamente aislado del resto del país y del mundo. Organizan más bien sus propias relaciones con el mercado, incluso internacional. Y los intercambios no son solamente de mercancías, sino que se conectan a los flujos inmateriales y culturales, desplegando en forma deliberada relaciones de solidaridad e intercambios sociales, políticos, comunicativos, siempre partiendo de bases autónomas e igualitarias.
¿Nuevas relaciones sociales? ¿Qué tipo de relaciones?
Difícil responder en forma definitiva a esas preguntas, pero lo que está claro es que la autoorganización, autogestión y autogobierno que se ponen en práctica en las comunidades zapatistas implican relaciones igualitarias y de solidaridad, alejadas de la lógica del intercambio mercantil y la subordinación jerárquica. La democracia, la igualdad y la justicia que se van construyendo ahí, sin duda, son distintas a las prevalecientes en la mayoría del país.
No está claro hacia dónde pueden desembocar, lo que por supuesto dependerá del contexto nacional y global, pero es un proceso inédito (territorial, social, cultural y político) que se hermana, sin embargo, con otras muchas experiencias de autoorganizació n y autogobierno de otras latitudes y épocas. Es un camino firme y sugerente de construcción de otra política, distinta a la política de las minorías que han copado un Estado y un régimen político autoritarios y excluyentes, que se afanan por mantener a flote una suerte de democracia oligárquica al servicio del orden conservador y el capitalismo neoliberal.
Es una situación de excepción la que se vive en Chiapas, evidentemente provocada por la irrupción y el hacer del EZLN y los pueblos indios zapatistas. Es un autogobierno construido y defendido a contracorriente, principalmente luego del golpe que representó el rechazo de todos los poderes y actores estatales de los Acuerdos de San Andrés sobre cultura y derechos de los pueblos indios. Es un autogobierno sometido a la persistente guerra de baja intensidad.
Imposible tratar de repetir la experiencia en otras comunidades o regiones del país sin considerar condiciones y trayectorias específicas. Pero sí debe quedar claro que la política alternativa, así como la autogestión y autogobierno que se forjan en las comunidades zapatistas siguen caminos de resistencia ancestrales, pero que igualmente brotan y se renuevan constantemente por la intervención de núcleos muy diversos de los oprimidos.
Otras condiciones, otros núcleos oprimidos, otras experiencias y trayectorias de resistencia pueden suscitar nuevas formas de autoorganización, autonomía y autogobierno (local, regional, nacional) que proseguirán socavando el capitalismo y su dominación neoliberal.
Por múltiples y muy diversos caminos pueden rehabilitarse nuevos espacios en donde los pueblos y comunidades, donde la sociedad, los oprimidos y excluidos, experimenten otra forma de hacer política, acorde a sus intereses, que potencie sus participaciones colectivas e individuales, esto es la autoorganización, movilización autónoma y autogobierno. Es así como la política de los oprimidos, de los proscritos de
la política estatal, podrá convertirse en una estrategia de liberación, de autoemancipación.
Notas:
1. Al igual que Daniel Bensaïd, considero “lo político, en tanto forma de estar-juntos, de actuar-juntos, de pensar juntos, inscrita esta existencia plural en las coordenadas de espacio y de tiempos sociales que contribuye a producir.
En la medida en que implica una soberanía, supone cierto dominio espacial de un territorio. En la medida en que implica un poder de decisión, apunta hacia cierto control temporal del futuro”. (Le pari melancolique, Fayard, París, 1997, p. 84).
2. “Cuarta Declaración de la Selva Lacandona” (1 de enero 1996), EZLN, Documentos y comunicados, 3, Era, México, 1997, p. 89.
3. Véase por ejemplo Gloria Muñoz Ramírez, “Los caracoles: reconstruyendo la nación”, Rebeldía, México, n° 23, septiembre 2004; Pablo González Casanova, “Los ‘caracoles’
zapatistas: redes de resistencia y autonomía”, Memoria, revista mensual de política y cultura, México, n° 177, noviembre 2003 y Sergio Rodríguez Lascano, “Caracoles zapatistas:
creación heroica”, Contrahistorias. La otra mirada de Clío, México, n° 8, marzo-agosto 2007.
4. Los tres encuentros de los pueblos zapatistas con los pueblos del mundo realizados desde fines de 2006 en distintos Caracoles son fuente fundamental de información sobre la experiencia de autogobierno de las comunidades rebeldes de Chiapas. Véase http://enlacezapatista.ezln.org.mx. En el citado n° 8 de la revista Contrahistorias se hace una buena presentación de las intervenciones de miembros de las Juntas de Buen Gobierno en el primer encuentro.
5. Vale la pena leer, desde la óptica de las experiencias actuales, los distintos manifiestos que Karl Marx escribió a nombre de la Asociación Internacional de los Trabajadores
en torno a la Comuna de París, publicados bajo el título general de La guerra civil en Francia.
CRÍTICA DE LA ECONOMÍA POLÍTICA
CARLOS MARX
APÉNDICE
CARTAS SOBRE EL TOMO I DE “EL CAPITAL”
Engel a Marx
18 octubre 1867
Párrafo 01:
Aún podría escribir cuatro o cinco artículos más sobre tu libro, desde distintos puntos de vista, pero no sé adónde mandarlos. ¡Cualquiera sabe por dónde andará Siebel! Quizá por Argel o por Palermo. Sin embargo, espero tener pronto contestación suya. Si pudieras darlos a copiar ahí, en Londres, para que no se conociera mi letra, tal vez lo mejor sería mandárselos a Meissner.
– Página – 692– El CAPITAL “TOMO I” –Traducción de Wenceslao Roces – Primera edición en alemán tomo I — 1867- Primera edición en Español 1946- tercera reimpresión 2006 – Fondo De Cultura Económica México Comentarios y sugerencias : Editorial@fondodeculturaeconomica.com en Chile a /httpmarxismo-cl/ o bien Amador Ibañez @marxismo_cl o Twitter Amador Ibañez @marxismo_cl
https://unidadmpt.wordpress.com/2012/05/08/transcribiremos-a-la-letra-el-capital-de-carlos-marx-tomo-uno/
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